Se abren las puertas (1ª parte)

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Me río cuando pienso que alguien haya podido pensar que, una vez publicados los tres volúmenes sobre los alienígenas, ya no tendría más experiencias con ellos, como si todo hubiera terminado ahí. Me hace gracia, porque no saben que en los tres volúmenes solo he contado el comienzo de mi viaje contra los alienígenas, pero lo mejor vino después. De hecho, fue precisamente después de la publicación de los Libros Alienígenas cuando los oscuros se hicieron notar, pero también se dejaron pillar, lo que me permitió descubrir información increíble, como el uso de antenas bot humanas. Todo comenzó en noviembre de 2016, periodo en el que comenzaron unos acontecimientos que, solo con el tiempo, descubrí que estaban dirigidos y perfectamente organizados por una raza alienígena específica, de la que hablaremos en breve. Pero en ese momento no nos dimos cuenta inmediatamente de la interferencia alienígena y, de hecho, el optimismo de entonces nos mantenía tranquilos y dóciles, al fin y al cabo solo teníamos 23 años y aún no conocíamos la maldad que existía dentro de ciertas personas. A partir de noviembre, época de mi cumpleaños, periodo en el que todos los parientes se acuerdan de ti, incluso los que no te han visto en veinte años o los que nunca te han tenido en cuenta en su vida, cuando es tu cumpleaños o cuando hay ambiente festivo, ya sea Navidad, Año Nuevo, etc., se acuerdan de que existes y se cargan con una gran avalancha de basura para echártela encima e intentar enterrarte y causarte el mayor daño posible. De hecho, desde ese momento, hubo dos parientes ancianos en particular que, con motivo del cumpleaños, comenzaron a molestarnos a Alexander y a mí con tal intensidad que, por un momento, pensamos que empezaría y terminaría allí, una vez que, al ser ancianos, se cansarían y se desmotivaran para continuar. Sin embargo, en los años siguientes descubrimos que no era así, y que para salir de ello tendríamos que aprender a separar nuestra bondad, que se utilizaba contra nosotros en forma de buenismo y con la que los oscuros intentaban destruirnos a través de nuestra propia piedad hacia los demás. Pero prepárate, porque esta historia te interesará, sobre todo porque verás aparecer cada vez más antenas humanas, especialmente hoy en día, después de la farsa que comenzó en 2020 y que en 2022 seguimos viviendo. Descubrirás que estudiar los mecanismos que utilizaron contra mí te será muy útil para descubrir que muy probablemente ya los han utilizado también contra ti. Ya antes de comenzar el año 2017, se abrieron las puertas del infierno. Se sabe que en Navidad todos se vuelven más buenos y que los parientes serpientes se vuelven cada vez más cabrones. De hecho, todo comenzó cuando estos dos parientes lejanos, ya desde noviembre, comenzaron a insistir en que los viéramos obligatoriamente en la iglesia. En realidad, desde hacía muchos años, sobre todo en las fiestas, estos dos parientes, marido y mujer, de mediana edad pero con muy mal aspecto, que parecían mucho más viejos, insistían en que Alexander y yo fuéramos a la iglesia a recibir la hostia de las manos sucias del cura, ya que querían vernos allí. Dado que estos parientes no tenían ninguna confianza conmigo, era extraño verlos tan interesados en llevarme a la iglesia, pero insistían en «convertirnos» a su religión, insistían en que tenían que llevar nuevos adeptos a la iglesia para que Dios les recompensara con alguna recompensa; Saber que hay adultos que todavía creen en un dios barbudo que les recompensará si traen nuevos adeptos, es más, nuevos clientes para seguir su religión, me preocupa. Los niños son ingenuos porque son jóvenes y es normal que a veces sean crédulos, pero los adultos... los adultos se dejan engañar más que nadie, tanto que los niños son más despiertos e inteligentes. Como se trataba de personas que a mis ojos ya eran mayores, no solo por su edad, sino sobre todo por su mentalidad, porque su aspecto demostraba muchos más años de los que tenían, sentía una gran lástima por ellos, y como los consideraba mayores, también los consideraba inofensivos; beatos, ignorantes, inconscientes, pero inofensivos. 

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El error fue sin duda este, subestimar la maldad que pueden tener ciertas personas y subestimar la decisión con la que llevarán a cabo sus planes. Todo comenzó porque insistían en que fuéramos a la iglesia, pero nosotros, muy educadamente y con mucha amabilidad, porque no queríamos ofender las creencias de nadie, respondíamos simplemente que estábamos muy ocupados con el trabajo, que incluso los domingos trabajábamos y que seguro que no faltaríamos al trabajo para ir a misa. Cada año se enfadaban más, sobre todo durante las fiestas, intentando arruinárselas también a los demás, pero luego lo dejaban. Sin embargo, en 2017 iba a ser diferente, alguien había decidido que iba a ser diferente. De hecho, desde la Navidad de 2016, que anunciaba la llegada de 2017, se abrieron las puertas del infierno. Estos dos fanáticos, a los que llamaremos los fanáticos poseídos —y más adelante comprenderás muy bien que no es un término dado al azar—, comenzaron a acosarnos. Cuanto más amables éramos, más nos gritaban con una fuerza y una energía que los e s mayores no tienen. Cuando nos enfadábamos, se volvían amables y muy sonrientes. Algo no cuadraba, porque si nos mostrábamos amables y, por lo tanto, «disponibles», ellos se convertían en bestias enloquecidas, mientras que cuando perdíamos la paciencia y estábamos a punto de enfadarnos, ellos se volvían tan amables que algo a nuestro alrededor intentaba hacernos sentir culpables. Sin embargo, esos extraños sentimientos de culpa, acompañados de una extraña luz blanca, amable y tranquila que nos envolvía y nos apatizaba, no nos parecían nada normales. Pero vayamos por partes. Nos gritaban porque, según ellos, era peligroso que no fuéramos a la iglesia, ya que, de lo contrario, acabaríamos en el infierno... Intentamos explicarles que éramos (y somos) jóvenes, que en 2017 sería ridículo seguir creyendo en las falsedades que dice la Iglesia, que sería humillante para jóvenes y activos como nosotros creer en las palabras del falso Papa corrupto e ir a dejarnos hipnotizar por las misas apáticas y soporíferas que el cura, en un antro de ancianos —que se reúnen en la iglesia solo para sentirse en compañía, como si fueran a un centro de día, no porque realmente les interese encontrar a Jesús y a Dios— que no tenían nada que ver con nosotros. Pero considerábamos a estos dos fanáticos como dos personas ya mayores que no entendían muy bien, y que no servía de nada discutir porque no era necesario, rechazaríamos educadamente sus insistencias y fingiríamos que no había pasado nada; como una discusión trivial por la que no hay que guardar rencor. Alexander y yo decidimos que siempre seríamos educados y respetuosos con todos, con las ideas de los demás y con sus creencias. Sin embargo, nuestra actitud respetuosa se malinterpretó a menudo como una debilidad, como si, desde el momento en que respeto a alguien, esa persona se toma de repente el derecho a maltratarme y a faltarme al respeto, a faltarle al respeto a mis ideas y a mis creencias. Pero con los años, la experiencia me ha enseñado que hay que tratar a estas personas de forma muy diferente a como lo hacía hasta entonces. Los dos fanáticos estallaron en la Navidad de 2016. Hasta entonces, la situación había sido manejable y creíamos que sería un evento como cualquier otro, en el que intentarían obligarnos a ir a la iglesia con insultos, amenazas y «terrorismo psicológico», y nosotros rechazábamos educadamente sus amenazas explicándoles que estábamos ocupados y que no íbamos a ir en contra de nuestra voluntad solo porque ellos gritaban y se agitaban con tanta energía como si fueran jóvenes. Pero esta vez no tenían intención de detenerse en la fiesta de Navidad, sino que continuaron, dando a la situación un giro muy oscuro. El día de Navidad debería ser el día más bonito y tranquilo, sobre todo para los católicos que siguen las tradiciones, pero la experiencia me ha enseñado que el día de Navidad es el día nacional en el que los fanáticos religiosos deben necesariamente explotar en su total ignorancia y oscuridad, de la que deriva todo su credo, para intentar causar el mayor daño posible a las personas que no se someten a su misma religión.

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En otras palabras, los hipnotizan durante todo el año, para asegurarse de que al final del año puedan explotar y difundir su ignorancia por kilómetros a la redonda. Pregúntate por qué los domingos, que deberían ser el día del Señor, tantos espirituales sufren fuertes y terribles dolores de cabeza desde por la mañana, justo cuando los fanáticos se dirigen a la iglesia para crear una capa oscura con sus oraciones vulgares. Así comenzó el 2017. Sin embargo, debo comenzar con una premisa necesaria. Mi privacidad siempre ha sido mi principal interés, y Alexander siempre ha compartido esta idea. Mi privacidad me ha permitido llevar mi vida cotidiana entre la gente sin que necesariamente conocieran mi vida espiritual. En otras palabras, mis familiares, como los parientes lejanos, mis amigos, mis compañeros de trabajo, cualquiera que me haya conocido en mi vida «cotidiana» y que personalmente no considero almas a despertar, no saben nada de mi vida espiritual, de mis elecciones, de mis experiencias, de mis prácticas, a diferencia de mis alumnos espirituales, que precisamente conocen mi visión de la realidad. Tomé esta decisión desde el primer día en que comencé a meditar, hace muchos años, porque era consciente de que el camino del Despertar ya era de por sí difícil, debido a los mil obstáculos que todo el mundo tiene que superar si quiere alcanzar la Libertad Espiritual, por lo que no tenía mucho sentido añadir otros que, al contrario, solo me habrían hecho perder mucho tiempo. No empecé a practicar para presumir, , sino para evolucionar: como era lo único que me importaba, no tenía intención de hacer saber a todo el mundo cuáles eran mis deseos espirituales. Además, el Low ya es muy fuerte por sí mismo, no hay necesidad de ayudarlo, alimentarlo y reforzarlo para que te ataque con más fuerza que antes. Así, solo las personas a las que deseo despertar pueden conocer mi versión espiritual y disfrutar de mis enseñanzas. Los familiares, tanto por mi parte como por la de Alexander, no estaban en la lista de invitados. Esta premisa es para que comprendas que los dos fanáticos de los que te voy a hablar no sabían nada de mí, de mi espiritualidad o de mi pensamiento al respecto; ellos solo sabían que yo no iba a la iglesia, ya que ellos, que iban todos los días, incluso siete veces al día, y no por broma, recorriendo todas las iglesias «para variar» y cotilleando con todos los ancianos que frecuentaban esos mismos lugares, nunca me veían en la iglesia y esto, de repente, empezó a molestarles. Durante años insistieron en que Alexander y yo fuéramos a la iglesia con ellos: cuando cumplimos 23 años, empezamos a responder que no teníamos intención de hacerlo porque a nuestra edad había que asumir responsabilidades, ir a trabajar y comprometerse, por lo que no teníamos tiempo para perder el tiempo en la iglesia con gente de más de 70 años. Pero ni siquiera estas respuestas les parecían bien, porque «era el diablo quien nos hacía decir esas palabras» y «si no íbamos a la iglesia, nos crecería una cola roja en la espalda». El verdadero problema es que ellos se creían de verdad esas historias y nos miraban el trasero para indicarnos que pronto nos crecería la cola «del diablo». Hay que reconocer que estas dos personas no estaban bien de la cabeza, pero creíamos que eran inofensivas y que debíamos tener piedad de ellas, porque no sabían lo que decían. Comenzó el 2017, Alexander y yo estábamos muy preparados para la llegada de los enemigos, la llegada de los extraterrestres, la llegada de cualquier cosa que tuviera que llegar para enfrentarnos a ella. No se acercaban Grises, ni Naranjas, ni Reptiles; no se acercaba nadie. ¡Los alienígenas no aparecían! Sin embargo, a partir de las 6:00 de la mañana, alguien empezó a llamar al timbre de mi casa. 

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Comenzaron las llamadas anónimas, a todas horas de la mañana y de la noche; a diferentes horas del día, incluso por la noche, alguien llamaba al timbre de mi casa y luego se escapaba, no daba tiempo a bajar las escaleras para ver quién demonios era que ya se había ido, sobre todo porque, al estar en un piso alto, antes de bajar las escaleras, tenía tiempo de huir corriendo, y como me esperaba cualquier cosa, excepto lo que estaba pasando, me quedé un poco perpleja y, tal vez, fue precisamente el no querer creerlo lo que me impidió descubrir quién era o quiénes eran los que estaban haciendo estas «bromas». Pero como pensé que los dos fanáticos no sabían dónde vivía, ya que por mi discreción he aprendido a no decirle a nadie dónde vivo, debido a experiencias de acoso en el pasado, ni siquiera ellos sabían mi dirección, así que seguro que no podían ser ellos. Cambiaron los horarios para que nunca estuviera preparada para bajar a tiempo, a veces tocaban el timbre a las 3:00 de la madrugada y, si estaba durmiendo, me despertaban. Además, a esa hora, en una calle deshabitada como la mía, era preferible no salir de casa. No tardó mucho en llegar el momento en que descubrí, o mejor dicho, tuve la confirmación de quién podía ser el autor de estas «bromas». Una noche, después de pasar una velada agradable, mientras Alexander y yo volvíamos a mi casa, vimos al beato salir con su escúter de mi calle: como teníamos los faros del coche apuntando hacia él, no nos vio, pero nosotros pudimos verle a él y su cara enfadada por la decepción de no haberme encontrado en casa. Por supuesto, no había ninguna razón para estar en esa calle, pequeña y deshabitada, salvo para buscarme. En cuanto lo vimos, sentimos una ira muy fuerte, una ira extremadamente aguda y, a pesar de la situación que sin duda la justificaba, no entendíamos por qué esa ira era tan intensa; ten en cuenta este pasaje porque más adelante lo retomaremos. En ese momento, comprendimos inmediatamente que habían sido ellos, los dos fanáticos, los que nos habían gastado esas «bromas» sin fundamento. No sabían dónde vivía, yo no se lo había dicho, así que decidieron seguirnos a Alexander y a mí mientras íbamos a casa para descubrir dónde vivía y, a partir de ahí, empezar a acosarme. Pero eso solo era el principio y lo que nos esperaba sería inesperado. Estábamos muy, muy molestos al saber que esos dos bigotos habían decidido seguirnos para ver dónde vivíamos y, a partir de ahí, empezar a gastarnos bromas infantiles; porque hasta entonces, por desgracia, creíamos que eran bromas infantiles y queríamos creer que no había pura maldad detrás de sus gestos, sino solo rencores estúpidos y banales de ancianos que ya no estaban en sus cabales. Continuaron llamando a mi puerta cada dos días, hasta que Alexander y yo nos presentamos en su casa para pedirles, educadamente, una explicación. Creía que eran dos personas que merecían compasión porque no tenían todas las facultades mentales, pero pronto descubrimos que eran muy hábiles fingiendo ser buenas personas y muy, muy astutas. Lo negaron todo, pero con una gran sonrisa en la cara: sonreían y se reían, diciendo que nunca habían estado allí, en mi calle, que nos lo habíamos imaginado todo, que «querían nuestro bien» y que deberíamos ir a la iglesia con ellos. Lo dejamos pasar pensando que estaban locos y nos fuimos, con una fuerte compasión que nos impedía reaccionar y denunciarlos, pero al mismo tiempo con una ira muy fuerte que, con firmeza mental, decidimos contener. Pensábamos que se habían vuelto locos, pero que tarde o temprano lo dejarían y se darían por vencidos. Pero ellos no tenían ninguna intención de parar. Continuaron las llamadas anónimas, seguidas de llamadas con su número real: nos gritaban insultándonos, con una voz que realmente no parecía la suya: cambiaba el tono, el timbre de voz y parecían poseídos, parecían realmente personas malvadas y gruñonas que nos escupían un odio tal que nos daba escalofríos.

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Con esa voz gruñona y poseída, nos gritaban que teníamos que ir a la iglesia inmediatamente. Inmediatamente después de colgar, volvían a llamarnos, preguntándonos cómo estábamos, cambiando completamente el tono y el comportamiento, como si se hubieran borrado: fingían que era la primera llamada y que no era cierto que poco antes nos hubieran llamado gritándonos que teníamos que ir a la iglesia, insultándonos y amenazándonos; decían que era la primera llamada y que nos llamaban para saber cómo estábamos y para decirnos que, por nuestro bien, teníamos que ir a la iglesia. Al principio, Alexander y yo no comprendíamos lo grave y peligroso que era estar en contacto con personas tan gravemente enfermas mentales, pensábamos que bastaba con ignorarlas, que si teníamos paciencia todo saldría bien. Eso es buenismo, pero nosotros aún no lo sabíamos: a los 23 años pensábamos que todas las personas merecían nuestra paciencia, nuestra amabilidad, nuestra compasión, y más aún las personas con graves trastornos mentales que, por desgracia, seguían en libertad porque los manicomios están llenos de personas sanas pero incómodas para el Gobierno, mientras que a los enfermos mentales se les deja libres para que causen el mayor daño posible a las personas con las que se encuentran. Más tarde, comprendimos que para sobrevivir en este mundo hay que tratar a los enfermos mentales como enfermos mentales, es decir, mantenerlos bien alejados de nuestra vida. Pero aún era pronto, solo era el principio, y aún nos quedaba mucho por aprender. Los dos fanáticos, especialmente el marido, vivían la vida perfecta de un humano lobotomizado: por la mañana, desayuno y gritos; luego, a la iglesia; después, a hacer la compra; luego, almuerzo temprano con vino y quizá algo de comida; luego veían la televisión todo el día, veían el noticiero o veían al Papa o al cura rezando el rosario, luego rezaban frente al televisor, aunque ya hubieran estado en la iglesia durante el día. Pero aquí viene lo bueno: nunca puede faltar el partido de fútbol, con el vaso lleno de vino, hipnotizados viendo ese campo verde que lobotomiza a cualquiera que lo mire, gritando delante de la televisión convencidos de que lo que están viendo tiene valor y que no hay corrupción ni partidos amañados; se bebe al menos una botella de vino por persona y luego vienen las peleas familiares, gritos que se oyen en toda la calle; cuando pasas por delante de su casa, oyes los llantos junto con los gritos de las peleas, y muchas veces se ven extraños moretones en el rostro de las mujeres de la casa. Pero son buenas personas porque todos van a la iglesia. Cada día continuaban y aumentaban las situaciones extrañas: iba al parque un día cualquiera y, sin ver de dónde salían, me encontraba delante a los dos beatos que me paraban para decirme que fuera a la iglesia. Iba a hacer la compra y algunas personas mayores, a las que no conocía y que nunca había visto antes, me paraban para preguntarme dónde trabajaba y si iba a la iglesia, y ent , me preguntaban si iba y por qué no iba. ¿Por qué un desconocido debería pararme insistiendo en saber en qué dirección trabajo y si voy a la iglesia o no? Pensaba que eran casos aislados, que eran personas mayores y que solo tenían eso en la cabeza; sin embargo, la tienda en la que hacía la compra se convirtió pronto en la tienda a la que también iban los beatos, aunque toda la vida habían ido a la tienda de comestibles cerca de su casa y ni se les ocurría viajar media hora en coche para ir a la tienda cerca de mi casa. Pero, casualmente, sus hábitos estaban cambiando y empezaron a frecuentar la tienda en la que yo solía comprar. En consecuencia, cambié de tienda y empecé a hacer la compra en otra tienda de comestibles a la que nadie iba, pero ellos también cambiaron de tienda y empezaron a saber exactamente cuándo iba a hacer la compra y a qué hora, porque muchas veces me los encontraba allí delante de mí sin comprar nada, y sin embargo estaban allí solo para hacer la compra y no había nada extraño.

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